EL CENTRO DEL MUNDO
“En una conferencia que escribió pero que no llegó a dar en Harvard, Italo Calvino afirma que cuando en una narración hay un objeto importante, siempre se trata de un objeto mágico. Si esto es cierto, la verdadera protagonista de la excelente novela de Foster es Howards End, una casona de campo en la campiña inglesa. Alrededor de ella se centra la trama y se mueven los personajes.
Las hermanas Schlegel son inglesas pero su padre ha nacido en Alemania. Pertenecen a la clase acomodada de la sociedad, que dispone de una generosa renta para vivir. Conocen un poco casualmente a los Wilcox en unos de sus viajes. Se produce una amistad, luego un brevísimo y apresurado noviazgo entre la menor de las hermanas y Paul, el hijo menor de los Wilcox, Luego la escena entonces es dominada por unas pocas páginas por la Sra. Wilcox, un personaje misteriosamente atractivo, que fascina a Margaret, la mayor de las hermanas, y también al lector. Parte de su misterio reside en la brevedad de la presencia de la Sra. Wilcox en la novela, y la constante intuición de que su espíritu, sus palabras, su voz, su extraña sabiduría siguen estando presentes más allá de ella.
Howards End pertenece a la Sra. Wilcox, la ha heredado de su familia. No se trata meramente de una casa. Es una niñez, una memoria, una felicidad. Es un olmo, unas flores, un jardín, un símbolo. Es casi un lugar fuera del mundo y del tiempo.
Inesperadamente, un escrito sin valor legal cede la casa a Margaret. Los Wilcox ni siquiera mencionan el asunto. La casa queda en poder de la familia Wilcox y Margaret nada sabe de la inesperada nota. No obstante, los senderos seguidos por los persopnajes se cruzan una y otra vez.
La trama es sencilla, a veces casi imperceptible. No abunda en hechos inesperados ni en situaciones imprevisibles. Por el contrario, la historia se desliza con sencillez y a la vez con un encanto que sólo puede proceder de un gran talento. Foster transita y nos hace transitar por el espíritu de las cosas, y la novela adquiere la misma extraña fascinación que la casa y que la Sra. Wilcox. Sería ocioso enumerar las virtudes de Foster como novelista. “El Paso a la India”, “Una habitación con vistas” hablan por sí mismas. Leer La Mansión, o Howards End, en su título original, es la entrada a un mundo que no es otro que el nuestro, pero narrado o visto por un artista que sabe advertir el alma de las personas y el alma de las cosas.
La versión castellana de Eduardo Mendoza deja mucho que desear. Condenados a las a veces tan lamentables traducciones españolas, sabemos que estamos perdiendo una parte de la obra.
Sin embargo, ni siquiera los esfuerzos del traductor logran quitarle el encanto a una novela excelente, y que por momentos también parece un objeto mágico.
Javier D’ Esposito