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Ensayos: La ciudad de la furia
Enviado el Saturday, 06 December a las 23:33:17 por Artnovela |
litodel escribió "(compilado por www.artnovela.com.ar)
Aquel diciembre no se perfilaba como uno en especial, a no ser que así se considerara el vertiginoso ritmo de la crisis política nacional. Pero esto no era nada nuevo: demasiados años de deterioro se multiplicaban hacia atrás, de modo que nada hacía prever que el último mes del año 2001 terminaría por ganar el innecesario calificativo de histórico. Porque ese es el mes que alberga las fiestas para abusar del pan dulce, la sidra edulcorante y las comidas ricas en calorías con que los argentinos corroboran sus nostalgias europeas –algo que tal vez sorprendiera a los europeos si es que supieran del país del sur; cosa que, tal vez afortunadamente, no ocurre salvo en la imaginación de los argentinos pero no en la de sus primos lejanos-.
Cada tanto la Argentina produce convulsiones, cataclismos sociales que terminan por cambiarle definitivamente la vida a los que los sobreviven. De vez en cuando, también se destrona algún mito: el de que los conflictos no ocurren durante el verano –porque políticos y militares se toman su debido descanso- cayó durante esos días.
Muchos de esos trastornos sociales ocurren en Buenos Aires –para despecho o beneficio de los que no viven en ella-, como el que prefiguró a los siguientes: el de Mayo de 1810. Aquel descalabro fundacional terminó por darle forma al país. Los otros movimientos repitieron esa suerte de energía radiante que se multiplicó hacia el interior; la semana que tomaron la ciudad los obreros de Vasena en 1919 o la multitud anónima que buscaba libertar al coronel Perón en el 45 fueron algunos de ellos, por destacar un par de ejemplos. Bonasso eligió la metáfora de la apertura y cierre de capítulos de un libro enorme para describirlos: en esos días, una forma de vivir termina y la sigue otra sustancialmente distinta. El país que queda luego de la vuelta de página se presenta francamente diferente al anterior y la gente debe acostumbrarse a vivir en la nueva realidad a los cachetazos.
Eduardo Mallea era uno de aquellos intelectuales que disfrutaba las charlas literarias con fondo de estancia pampeana. El título de su novela "La ciudad junto al río inmóvil" sugería, equívocamente, una vida bucólica frente al río color de león. Borges, más agudo, prefirió referir su vínculo con la ciudad que abrigaba el Maldonado –el arroyo perdulario en el que creó sus mejores historias-, con una frase más ajustada: "Buenos Aires... no nos une el amor sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto". Bastante tiempo después una canción de Soda Stéreo la describió más descarnadamente como "La ciudad de la furia". Esta última descripción se muestra, a juicio relativo, más precisa que las anteriores. Es la furia de siempre la que se repite como un incendio brutal y se lleva pedazos de gente consigo.
En aquellos días finales del 2001, se destacaban las imágenes puntuales de la televisión transmitiendo una carga de "cosacos" sobre gente desesperada; y la frase de alguno de los que corrían delante de los caballos"¿por qué nos pegan?.. si son tan pobres como nosotros, la puta madre". La primera vez que vi una carga de caballería fue en un tiempo impensable frente al Monumento al Trabajo que interrumpe Paseo Colón a metros de la Facultad de Ingeniería. La última había sido unos minutos antes que una tanqueta derribara la puerta de la sede del PJ en Avenida La Plata, a pasos del cruce con Rivadavia, donde velaban a algunos de los muchachos fusilados en agosto del 72 en Trelew, con el objetivo macabro de secuestrar los cadáveres; nadie advirtió que aquella acción, tan cara a la necrofilia nacional, también prefiguraba los años de sombras que vendrían después.
La carga de caballos desaforados sobre la gente es todo un "espectáculo"; condensa en forma brutal el hábito de barbarie: una costumbre nacional, tan auténtica como el mate amargo o el bife de chorizo. Cada tanto se repite, puntualmente. Del mismo modo, luego se lamenta lo que pasó, aunque nadie repara que el pensamiento bestia que estimula esos crímenes permanece intacto, esperando que los motivos se renueven para terminar por aplicar el mismo tratamiento.
El título de la primera novela nacional, "Civilización y Barbarie" escrita por Sarmiento, es más elocuente que el texto que contiene; señala una constante histórica en la que una y otra se disputan el carácter nacional. Por otra parte, el marcado antagonismo que sugiere el rótulo, induce inequívocamente a reconocer que el que la escribió tomaba partido por la civilización. Huelga reparar en que Sarmiento -como otros a su tiempo- fue parte activa, a pesar del título de su novela, en aquella barbarie que denostaba, aunque seguramente él no pensara que lo estaba logrando así: como otros, menos geniales que él por cierto, participó intensamente y con fruición en los crímenes de su época. Tal vez por eso el famoso texto es insoslayable para comprender el país que le siguió.
Borges señalaba, con esa cuota de ironía desdeñosa que lo hacía singular, a propósito de los peronistas "... no es que sean malos; son, sencillamente, incorregibles". Sospecho que esa presunción –la cual confirma que tampoco él logró sustraerse de los males de su época, denostando de ese modo a buena parte de sus compatriotas-, sería aplicable a los argentinos en general.
De ser así, no tendríamos remedio; para conformarnos con seguir viviendo en la ciudad de la furia.
Jorge Roberto Zanardi
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